El fin de algo irrepetible (Genial artículo del Barsa-Chelsea)
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El fin de algo irrepetible (Genial artículo del Barsa-Chelsea)
Hasta aquí llegó el mejor equipo que conocieron los tiempos. Hasta aquí alcanzó la aventura de un Barça irrepetible. Muerte entre dolores atroces, lenta agonía ante el Chelsea, que propuso el más extremo de los 'catenaccios', gemelo del planteado por el Inter en 2010. No jugará la final de Múnich el Barça, que desperdició un penalti en botas de Messi y una superioridad numérica de más de una hora. Los goles de Ramires y Torres, uno en cada descuento, condenaron al único que quiso jugar al fútbol. Así de arbitrario y despiadado es este juego.
Perder dos títulos en 72 horas supone el golpe de gracia para un Barça que acostumbró demasiado bien a su gente y demasiado mal a los rivales. Vean si no a Messi, hundido tras el pitazo final, aún dando vueltas a sus dos balones a los palos. O a Xavi, el arquitecto, capitulando sin un ápice más de fuerza. O a Piqué, que se enteró en el hospital tras su brutal encontronazo con Valdés. O al mismo Guardiola, que metió a Keita como Cruyff metía a Alexanco. A la desesperada tampoco le funcionó a Pep, que desde 2009 nunca había dejado escapar Liga y Champions a la vez. Por eso, aunque el fútbol de Iniesta y Messi siga vigente, se ha extinguido el hechizo del gran gurú culé.
Nadie podrá reprocharle, es verdad, que no llevara sus ideas hasta las últimas consecuencias. Con paciencia y por abajo, recurriendo a Cuenca y Tello, maldijo Guardiola el postrero palo de Messi o el gol de Alexis anulado por fuera de juego de Alves. Eran los últimos coletazos de un Barça ya resignado ante el muro, porque en el fútbol también rige la impenetrabilidad de los cuerpos. Su monólogo, de punta a punta, terminó con esa cabalgada de Torres, al que bastó un cuarto de hora para acudir puntual al cadalso.
Descomunal Drogba
La carambola más trágica en el Camp Nou, que en el minuto 44 lo veía todo resuelto, relamido con el 2-0 y la expulsión de Terry. Donde antes había histeria ahora se intuía la goleada. Y el rival parecía un boxeador sonado hasta el alargue y el zarpazo de Ramires. Uno de esos asombros del fútbol, que a veces premia a un equipo cuyo ataque se reduce a patadones hacia Drogba.
Así fue el plantemiento de Di Matteo, calcado al de Londres, premiado de nuevo por la fortuna, dama antojadiza. Todos metidos en el área o aledaños para hacer frente a cualquier calamidad, que las hubo de varios colores. Desde la lesión en el muslo de Cahill hasta la roja a Terry, que recetó un inaudito rodillazo a Alexis. Sin sus dos pilares, el técnico italiano remendó el centro con Ramires, Ivanovic y Bosingwa y confió el trabajo más enojoso a Cole y Meireles.
Una resistencia a ratos grotesca y a ratos épica. Una exhibición defensiva del Chelsea, cuya mejor virtud fue convirtir la pradera del Camp Nou en un fétido escondrijo. Allí sólo se accedía gracias a una pared fulminante de Alexis o una genialidad de tacón de Fábregas. Así llegaron las dos mejores ocasiones antes del gol, mal definidas por Messi. Sin embargo, con las fuerzas casi intactas lo más sensato parecía la paciencia, acariciar el balón de aquí para allá y encontrar el resquicio. Olvidar la lógica tensión y seguir con las mismas.
Jugando al pie
Convencerse de que el brutal golpe de Valdés a Piqué era una simple fatalidad y que la entrada de Alves mejoraría aún más las cosas. Así hasta más allá de la media hora, cuando la defensa 'blue' perdió el paso y Cuenca, cambiado a la izquierda, hizo el desborde. El mejor momento para el estreno goleador de Busquets. Un éxtasis redoblado por el 2-0 de Iniesta, único en la definición por bajo, más formidable aún en la pausa previa al desmarque. Cuando parecía que el estadio iba a volar por los aires, todo se derrumbó de repente.
Algunos vieron con mal fario la vaselina de Ramires para el 2-1 y otros más se sumaron a la vuelta del descanso, cuando Messi, abandonado por las musas, equivocó el penalti por un palmo, el que separa la gloria del fracaso. Varapalo para un equipo que cuando se vio sin fuelle, sin chispa, empezó a jugar al pie. Nada se supo de Cech hasta otro disparo de Cuenca pasada la hora de fútbol. El Chelsea, agazapado en la guarida, cada vez lo veía más cerca.
Servía Drogba de chico para todo, como lateral izquierdo o como cabeceador en su área. Incluso una vez chutó desde el centro del campo para susto de Valdés. A su inmensa figura se aferró el Chelsea, sin mayores novedades hasta la irrupción de Tello y Keita, dos recursos de urgencia cuando ya no se admitía la vuelta atrás. También se incorporó Puyol y habrían subido a la Moreneta si no lo prohibiera la UEFA. Pero acertó el linier con el ya citado fuera de juego de Alves y la madera se cruzó en el zurdazo de Messi. Era el final. Era el quiebro de Torres y el inútil repliegue de Busquets. Era la última bocanada de un Barça que, resucite o no, ya es una criatura irrepetible en esto del fútbol.
http://www.elmundo.es/elmundodeporte/2012/04/24/futbol/1335289681.html
Perder dos títulos en 72 horas supone el golpe de gracia para un Barça que acostumbró demasiado bien a su gente y demasiado mal a los rivales. Vean si no a Messi, hundido tras el pitazo final, aún dando vueltas a sus dos balones a los palos. O a Xavi, el arquitecto, capitulando sin un ápice más de fuerza. O a Piqué, que se enteró en el hospital tras su brutal encontronazo con Valdés. O al mismo Guardiola, que metió a Keita como Cruyff metía a Alexanco. A la desesperada tampoco le funcionó a Pep, que desde 2009 nunca había dejado escapar Liga y Champions a la vez. Por eso, aunque el fútbol de Iniesta y Messi siga vigente, se ha extinguido el hechizo del gran gurú culé.
Nadie podrá reprocharle, es verdad, que no llevara sus ideas hasta las últimas consecuencias. Con paciencia y por abajo, recurriendo a Cuenca y Tello, maldijo Guardiola el postrero palo de Messi o el gol de Alexis anulado por fuera de juego de Alves. Eran los últimos coletazos de un Barça ya resignado ante el muro, porque en el fútbol también rige la impenetrabilidad de los cuerpos. Su monólogo, de punta a punta, terminó con esa cabalgada de Torres, al que bastó un cuarto de hora para acudir puntual al cadalso.
Descomunal Drogba
La carambola más trágica en el Camp Nou, que en el minuto 44 lo veía todo resuelto, relamido con el 2-0 y la expulsión de Terry. Donde antes había histeria ahora se intuía la goleada. Y el rival parecía un boxeador sonado hasta el alargue y el zarpazo de Ramires. Uno de esos asombros del fútbol, que a veces premia a un equipo cuyo ataque se reduce a patadones hacia Drogba.
Así fue el plantemiento de Di Matteo, calcado al de Londres, premiado de nuevo por la fortuna, dama antojadiza. Todos metidos en el área o aledaños para hacer frente a cualquier calamidad, que las hubo de varios colores. Desde la lesión en el muslo de Cahill hasta la roja a Terry, que recetó un inaudito rodillazo a Alexis. Sin sus dos pilares, el técnico italiano remendó el centro con Ramires, Ivanovic y Bosingwa y confió el trabajo más enojoso a Cole y Meireles.
Una resistencia a ratos grotesca y a ratos épica. Una exhibición defensiva del Chelsea, cuya mejor virtud fue convirtir la pradera del Camp Nou en un fétido escondrijo. Allí sólo se accedía gracias a una pared fulminante de Alexis o una genialidad de tacón de Fábregas. Así llegaron las dos mejores ocasiones antes del gol, mal definidas por Messi. Sin embargo, con las fuerzas casi intactas lo más sensato parecía la paciencia, acariciar el balón de aquí para allá y encontrar el resquicio. Olvidar la lógica tensión y seguir con las mismas.
Jugando al pie
Convencerse de que el brutal golpe de Valdés a Piqué era una simple fatalidad y que la entrada de Alves mejoraría aún más las cosas. Así hasta más allá de la media hora, cuando la defensa 'blue' perdió el paso y Cuenca, cambiado a la izquierda, hizo el desborde. El mejor momento para el estreno goleador de Busquets. Un éxtasis redoblado por el 2-0 de Iniesta, único en la definición por bajo, más formidable aún en la pausa previa al desmarque. Cuando parecía que el estadio iba a volar por los aires, todo se derrumbó de repente.
Algunos vieron con mal fario la vaselina de Ramires para el 2-1 y otros más se sumaron a la vuelta del descanso, cuando Messi, abandonado por las musas, equivocó el penalti por un palmo, el que separa la gloria del fracaso. Varapalo para un equipo que cuando se vio sin fuelle, sin chispa, empezó a jugar al pie. Nada se supo de Cech hasta otro disparo de Cuenca pasada la hora de fútbol. El Chelsea, agazapado en la guarida, cada vez lo veía más cerca.
Servía Drogba de chico para todo, como lateral izquierdo o como cabeceador en su área. Incluso una vez chutó desde el centro del campo para susto de Valdés. A su inmensa figura se aferró el Chelsea, sin mayores novedades hasta la irrupción de Tello y Keita, dos recursos de urgencia cuando ya no se admitía la vuelta atrás. También se incorporó Puyol y habrían subido a la Moreneta si no lo prohibiera la UEFA. Pero acertó el linier con el ya citado fuera de juego de Alves y la madera se cruzó en el zurdazo de Messi. Era el final. Era el quiebro de Torres y el inútil repliegue de Busquets. Era la última bocanada de un Barça que, resucite o no, ya es una criatura irrepetible en esto del fútbol.
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